Lo divino de lo humano.
Ya ven, preocúpense más de lo humano que de lo divino porque estamos solos en esto. Y vayan buscando abogado para lo del juicio ese.
Ahora dice que se va a casar.
Hace tiempo me llamó por teléfono y me espetó, me caso, ¿contra quién?, eres imbécil, y me colgó. De acuerdo, no estuve muy agradable, y no, no vamos a hacer en esta columna ni apología ni vilipendio de la institución del matrimonio, pero nunca entendí su empeño en ocultar sus frustraciones bajo un vestido blanco. Me sucede igual con Zamora, y me explico. No sé si habrán visto, bueno, si lo sé porque es inevitable no reparar en ello, que nos han disfrazado parte de la ciudad con fotografías de tamaño descomunal a las que han anexado unos textos muy rimbombantes que a duras penas logro entender, y todo ello cubriendo lo que antaño eran escaparates de negocios y que gracias a esta economía de mercado mal entendida se habían convertido en cristaleras encaladas y llenas de pintadas. El nombre del disfraz no podía ser más certero, Zamora invisible, y como tal oculta la realidad y todos nos quedamos mirando las imágenes intentando adivinar a qué parte de nuestra arquitectura corresponden, incluso los más atrevidos se lanzan a interpretar las palabras que las acompañan sin recurrir ni al diccionario de la R.A.E. ni al ibuprofeno, pero lo que no sé es si ustedes se habrán percatado de que con todo eso se está disimulando el cese de negocio, el paro, el domicilio familiar embargado, en definitiva se está tratando de volver invisible una herida sin desinfectarla pero que de seguir así se acabará gangrenando, y por muy blanca que sea la venda terminará oliendo mal.